La vieja camisa que Jack usaba en los tiempos de Brokeback. La sangre seca de la manga era sangre de Ennis, el chorretón que le había salido por la nariz la última tarde en la montaña, cuando Jack le pegó un formidable rodillazo en pleno fragor de sus contorsionadas luchas cuerpo a cuerpo. Jack restañó con la manga de su camisa la sangre que había por todas partes, que los había pringado de pies a cabeza, pero no sirvió de nada porque de pronto Ennis se enderezó y de un puñetazo dejó tirado entre la aguileña silvestre al alicaído ángel auxiliador.
La camisa le pareció pesada hasta que descubrió que tenía otra dentro, unas mangas cuidadosamente encajadas en las otras. Era su propia camisa de cuadros, perdida hacía mucho tiempo, según creía él, en alguna maldita lavandería, su camisa sucia, con el bolsillo desgarrado y sin algunos botones, robada y escondida allí por Jack, dentro de su camisa, como dos pieles superpuestas, dos en una. Apretó el rostro contra la tela, inhaló despacio por la boca y la nariz, queriendo percibir un leve rastro del humo, la salvia de la montaña y el agridulce tufillo de Jack, pero no era un aroma real, solo un recuerdo, la fuerza imaginaria de Brokeback Mountain, de la que nada quedaba salvo lo que sostenía en las manos.