Sin haber encontrado un verdadero hogar, sin haber mitigado sus anhelos de cariño maternal, este escritor itinerante, en la búsqueda constante de su propio yo fue capaz de hacer realidad en su obra, sin proponérselo, las indicaciones de aquel viejo libro de texto de la era josefina: todas sus vivencias dieron lugar a una escritura poderosa, plena, a través de la que no transmitió nuevas ideologías ni nuevas formas poéticas, como era lo usual, sino las vivencias que lo enriquecieron y lo condujeron a sí mismo, describiendo así una conciencia del despertar del yo completamente nueva, precursora de formas y contenidos que aún estaban por venir. Ninguna de estas experiencias habría sido posible sin los espacios que pisó, sin esa capacidad para la aglutinación de elementos culturales de la época en que vivió, y tampoco sin aquellas personas con las que la compartió y en las que trató de colmar todos aquellos anhelos que le permitirían, tal vez sin ser consciente de ello, dar expresión literaria, sin frases pomposas ni palabras altisonantes, a una vida vivida en su totalidad por y para el arte.