Pero lo que realmente me proporcionaba satisfacción era la lectura. Paulatinamente, mi vivienda se llenó de centenares, de miles de libros que llegaron a ocupar casi todo el espacio; eran ellos quienes verdaderamente habitaban mi piso. No paraba de leer; la lectura era mi pasatiempo, mi pasión y mi alimento intelectual. Leyendo me olvidaba de mi vida malgastada, de mi compleja identidad, del rechazo que mi persona inspiraba a la gente, como si fuera una apestada. Leyendo vivía de nuevo, podía empezar desde el principio; leyendo vivía muchas vidas.