Por fin, Mathilde percibe un murmullo a la izquierda, cada vez más nítido; los rostros se vuelven, tensos, impacientes: ¡ahí está! Hay que inspirar profundamente, estrechar el bolso contra la cadera, comprobar que está bien cerrado. El metro reduce su velocidad, se detiene, ahí está. Derrama, regurgita, libera la masa, alguien grita «¡Dejen salir!», hay empujones, pisotones, es la guerra, sálvese quien pueda. De pronto, se ha convertido en una cuestión de vida o muerte subir a ese, no tener que esperar al improbable siguiente, no arriesgarse a llegar más tarde aún al trabajo. «¡Dejen salir, joder!» El gentío abre paso de mala gana, no hay que perder de vista la entrada, hay que