Maestro de la brevedad, coleccionista de situaciones paradójicas y triviales llevadas hasta las últimas consecuencias del absurdo, Avérchenko afirma con alegre serenidad la certeza de que hombres y mujeres somos iguales: imbéciles por naturaleza. Con su humor arremete contra los aficionados al chiste fácil y a la risotada, y también se mofa del ridículo histrionismo y la ramplona sensiblería de sus personajes femeninos —aunque tampoco salen bien librados los hombres.