“Esto es el hambre”, me repetí mil veces, como si quisiera hacerme creer que el hambre y yo éramos, todavía, dos seres distintos, que podía sacármela de encima como si fuera un amante molesto, cuando, en cambio, éramos dolorosamente uno, y cuando me decía: “esto es el hambre”, en realidad era el hambre el que hablaba y se reía de mí.