En algunos casos la música fue compuesta expresamente para recordar a individuos, como en el caso de la Música para los funerales de la reina Mary de Purcell. O puede ser parte de un servicio litúrgico, como en el caso de los réquiem. En un funeral militar los “toques” señalan la muerte de un soldado. Un rasgo frecuente de estas composiciones es una música solemne, pausada y lenta apropiada para el estado mental nostálgico, melancólico y de profunda tristeza. Pero no toda la música de funeral tiene aire de lamento. Los funerales tradicionales de Nueva Orleans emplean endechas lentas y tristes de camino al cementerio, pero se transforman en melodías como “Feel so Good” y “When the Saints Go Marching In” en el viaje de vuelta como una afirmación de la vida vivida. Tampoco es necesario que la música en honor de los muertos haya sido compuesta expresamente para ese propósito. El sereno y desgarrador “Adagio para cuerda” de Samuel Barber ayudó a millones de personas a sobrellevar las muertes de la Princesa Grace de Mónaco y de los presidentes Franklin Delano Roosevelt y John F. Kennedy. La pieza ha llegado prácticamente a ser un himno de la expresión de dolor en América. El “Adagio” conocido por todos es en realidad una orquestación de la parte molto adagio del inicio del segundo movimiento de la Op. 11 de Barber, titulada simplemente Cuarteto de cuerda en Si Menor.
La música es uno de los mayores objetos de perplejidad filosófica, como prueba la riqueza del debate estético actual. Formalistas, emotivistas, sociologistas, autonomistas o moralistas aspiran a describir el fenómeno de la experiencia musical, a interpretar el sentido de la música, a explicar los valores que reconocemos en ella y la influencia que ejerce en nosotros.