Y aunque es fino ese aliento, en él puede diferenciarse el ritmo mantenido del aire domesticado por los pulmones y dibujado en una gráfica de montañas que quien sucumbe no podrá visitar, frente al valle muerto de una línea derrotada que solo sabe emitir un sonido, un pitido al que sigue el silencio estático que convierte el cuerpo en cosa.