De natura deorum expone los fundamentos teológicos de las tres grandes escuelas filosóficas del tiempo de Cicerón: epicúrea, estoica y académica escéptica. El autor se inclina por la doctrina estoica de una providencia divina universal.
Marco Tulio Cicerón escribió hacia el final de su vida, entre el 45 y el 44 a.C., una docena larga de tratados de contenido filosófico. Con esta actividad, que le procuró alivio en una época de gran angustia personal, realizó un propósito albergado durante largo tiempo: crear un corpus filosófico extenso en latín dotado de calidad literaria, según su ideal de combinar sapientia y eloquentia, pues creía que la pragmática sociedad romana necesitaba pulir un tanto su espíritu con cierta dosis de reflexión sistemática. La tarea era ardua, puesto que el latín carecía de una tradición literaria filosófica y era todavía rudo para la expresión de contenidos abstractos.
Sobre la naturaleza de los dioses (De natura deorum) forma parte de este grupo de tratados (como Disputaciones tusculanas y Sobre la adivinación, también publicadas en Biblioteca Clásica Gredos). Junto con esta última y con De fato forma la llamada «teología» de Cicerón. En ella compone el autor una pequeña enciclopedia del pensamiento filosófico y religioso de la Antigüedad, pero no con la asepsia del mero anticuario, sino como estudioso vivamente interesado en la materia y en su proyección social y política, en una época en que los romanos ya experimentaban desapego e indiferencia hacia la religión tradicional que tanta fuerza había conferido al Estado. La obra se sitúa en Roma hacia el 76 a.C. y consiste en la sucesión de cuatro monólogos extensos –de un epicúreo, un estoico y un académico escéptico, éste por dos veces–, donde se pasa revista, con cierto talante polémico, a las diversas concepciones sobre lo divino y su relación con lo humano, desde la perspectiva de las distintas escuelas filosóficas. Cicerón se pronuncia personalmente, al final de la obra, a favor de las tesis estoicas sobre una providencia divina que rige el devenir, de un universo identificado con la divinidad.