La cita que abre Doble Crimen, de Ariel Magnus, y que pertenece a Edgar Allan Poe, asegura que «el saber más importante» es “invariablemente superficial”. Esta parece ser una afirmación pertinente para una nouvelle policial protagonizada y narrada por un modesto barquero de la Patagonia, quien pasa sus días deslizándose de un margen al otro del lago Epuyén, e intenta determinar, en un largo monólogo, quién o quiénes fueron los autores de ese doble crimen, y cuáles fueron sus razones. Pero como suele pasar con los epígrafes -y en ocasiones también con los títulos-, en lugar de orientar al lector en la interpretación de la obra que preceden, muchas veces, como en este caso, funcionan más bien como desvíos, como una clave de lectura puesta al revés o simplemente distorsiva. En Doble Crimen, ese «saber más importante” del que habla Poe no es en absoluto superficial: el monólogo del barquero, Quintín Aníbal Alvarado -un personaje digno del escritor Thomas Bernhard-, es alucinado y profundo, y en su poderoso caudal narrativo confunde hechos, personajes y épocas, dejando en claro que no es posible atravesar el lago Epuyén sin tener en cuenta el bosque sumergido ni el cielo.
Hernán Arias