No puedo darle muchos detalles porque estaba oscuro. Sólo le puedo asegurar que hubo un nutrido intercambio de disparos por varios minutos, al cabo de los cuales cesó la balacera y pude reorganizar a mi tropa. Iniciamos la búsqueda de los detenidos pensando que habrían escapado, pero los vimos en tierra, todos muertos, dispersos por aquí y por allá. No puedo precisar si murieron a causa de los proyectiles nuestros o de los atacantes. Después de meditar resolví hacer lo más atinado, a fin de evitar represalias contra mis hombres y sus familias. Ocultamos los cuerpos en la mina y acto seguido cerramos la entrada con escombros, piedras y tierra. No efectuamos obra de albañilería, de modo que sobre ese punto no puedo declarar. Una vez cerrado el boquete, nos juramentamos para guardar el secreto. Acepto mi responsabilidad como jefe del grupo y debo aclarar que no hubo heridos entre el personal a mi cargo, tan sólo arañazos de menor cuantía por arrastrarnos en terreno abrupto. Ordené registrar los alrededores en busca de los atacantes, pero no encontramos sus rastros y tampoco vainillas de las balas. Admito haber faltado a la verdad al escribir en mi informe que los prisioneros fueron remitidos a la capital, pero le repito que lo hice para proteger a mis hombres de una eventual venganza. Esa noche fallecieron catorce sujetos. Me ha sorprendido que mencionen también a una ciudadana presuntamente llamada Evangelina Ranquileo Sánchez. Ella estuvo detenida en la Tenencia de Los Riscos durante algunas horas, pero fue puesta en libertad como consta en el Libro de Guardia. Es todo cuanto puedo decir, Señor Juez.