Las palabras salían a borbotones de sus incontenibles labios. No cabía la menor duda: estaba chalada. Vivía en un mundo de nombres, no de cuerpos ni de seres humanos, sino de nombres famosos. Nada de lo que decía era cierto. Se lo inventaba mientras le daba al pico. Era embustera, una embustera simpática, con la cabeza llena de anécdotas absurdas.
Me llevó a su coche, un Bentley de color bronce.
Me gusta que hay un contraste entre la conciencia que él tiene de su cuerpo y de sus emociones y la fama, lo artificial, las construcciones sociales... creo.