LA REYERTA DEL IDIOMA O DE CÓMO UMBRAL AÚN SIGUE VIVO
Naturalmente, a Francisco Umbral no se le perdona. Es el peaje que impone su libérrimo magisterio. Vino a desguazar el oficio con toda naturalidad, no como quien presume sino como quien propone una beneficiosa revolución con prisa. Se enclavijó en la vida como una literatura: desde la sastrería del nombre hasta la confección de la biografía, levantando a puro pulso una personalidad paralela. De la letra a la palabra. De la palabra a su intemperie. Del idioma a su almena de estilo y claridad. De Umbral se ha dicho tanto, y tan mal dicho tantas veces, que cuando avanzas por dentro de su escritura algo sucede de nuevo de un modo inesperado. Pocos creadores en la España del siglo XX diseñaron mejor la fortaleza. Muy pocos han convertido su desarraigo radical en un esplendor desorbitado. Esa es su cultura: la recalificación de los solares de su existencia para diseñar en ellos a un romántico, a un dandi de la Gran Vía, a un plebeyo, a un cortesano con la visión lírica de la maldad, a un cheli de su propio extrarradio, a un poeta al que se le abren las alas del abrigo mientras va alimentando su leyenda con el alpiste del artículo diario. Qué sé yo.