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Marta Sanz

pequeñas mujeres rojas

Marta Sanz cierra la trilogía del detective Arturo Zarco diseccionando los relatos sobre la memoria: una novela negra que prolonga la posibilidad de la novela política.
Paula Quiñones llega a Azafrán para localizar fosas de la Guerra Civil. Nada más poner su pie cojo en el pueblo siente que el cielo se encapsula sobre ella y una goma invisible tira de su cuerpo para alejarla de su destino: el hotel de los Beato, ubicado junto a un cartel en el que se lee «Azufrón». Ese verano Paula mantendrá correspondencia con Luz, suegra del detective Zarco y, junto con él, uno de los personajes principales de Black, black, black: le contará sus amores con David Beato en un hermoso jardín. También le descubrirá sus temores respecto a la existencia de un delator y le relatará las leyendas familiares que alimentan el estómago del hotel. Mientras tanto, Analía, madre de David, cuida amorosamente de Jesús Beato, dulce patriarca que acaba de cumplir un siglo, y atiende a los mensajes que este le sopla al oído… Y, con Zarco ausente, viviendo las peripecias de Un buen detective no se casa jamás, una atmósfera gelatinosa y endogámica amenaza con aplastar a Paula. El western expresionista se enturbia hasta llegar al extremo de un terror habitado por animales que podrían hablar pero permanecen mudos; una niña que quiso ser cantante y peona caminera; y una famélica legión, sarcástica y piadosa, putrefacta y descacharrante, de fantasmagóricos niños perdidos y mujeres muertas que reclaman, contra el signo de los tiempos, «lea despacio…».
En un homenaje a Hammett y Rulfo, a Peter PanAlicia en el País de las Maravillas, Sanz disecciona los relatos sobre la memoria. La escritura escarba fuera y dentro, a vista de lombriz y de águila, antes y después, en un magnífico trabajo con el punto de vista que no abole la noción de Historia. pequeñas mujeres rojas prolonga la posibilidad de la novela política: las voces de la ficción amplifican los miedos de quien toma la palabra y escribe, de modo que todas las voces son la misma y, a la vez, esa sola voz integra una polifonía de ecos, jadeos, gritos, carcajadas, psicofonías y onomatopeyas para imponer silencio: «Chissss.» Las voces se funden en un fresco sobre la violencia, económica y cultural, que se encarniza contra el cuerpo de mujeres que, rotas, no son hermosos fetiches, sino carne que duele. Sanz muestra, a través del estilo, su sistema nervioso personal: plantea una aproximación bella y extrema al lenguaje para visibilizar lo obsceno, lo cruel, lo que no se nombra, a través de marcos no estereotipados, subversivos, juguetones, libres. Puro barroco rojo contra la anorexia intelectual.
Con pequeñas mujeres rojas se cierra la trilogía del detective Arturo Zarco, un prisma en el que unos textos se transparentan en otros. Memoria del cuerpo y cuerpo de la memoria en los tiempos de una ultraderecha, local y universal, que nunca se marchó. Ni esta novela ni sus hermanas son ortodoxamente negras, y, sin embargo, son más negras que el betún.
343 printed pages
Original publication
2020
Publication year
2020

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Quotes

  • Penélope C.has quoted3 years ago
    Paula murió dentro del artefacto. Esto que lees también es un artefacto. Ella no tuvo que ser transportada. Ni adormecida. Ni electrocutada. Ni abierta en canal. Ni refrigerada. Paula está aquí dentro. Ya no podrá salir nunca más.
  • Penélope C.has quoted3 years ago
    No le vamos a poner color ni banda sonora a la escena. No vamos a calcular los minutos de metraje. La resistencia inesperada de un cuerpo no fresco, no sano, no impoluto.
    Tan solo piensa en las palabras: sangre, marcajes, descornado, guillotina, atrapadora, collera, blocaje, corvejones... Piensa en cómo las palabras aprietan y retuercen la carne que se deposita dentro de ellas. Las palabras-pesa aplastan. Las palabras-cepo desgarran y paralizan. Despersonalizan.
    Con la descripción del artefacto es suficiente
  • Penélope C.has quoted3 years ago
    Fauna inútil. Zoológico hostil. Animales mudos que no sirven para nada. Animales que tampoco se salvan a sí mismos con un buen parlamento cuando alguien los balacea o los atrapa en el cepo. Animales que bajan avergonzados la testuz cuando, con sus oídos finísimos de bestias salvajes, oyen los motores de los camiones que transportan cerdos y cochinillos hacia los mataderos. No saben los animales si de Paula también se podrán aprovechar los andares. Porque la coja corre cada vez peor. En círculos sin luna ni tiza que no van a protegerla del demonio. Traza un círculo y salta dentro de él. «No servirá de nada», Paula sonríe y se abraza a un árbol durante un segundo. Resuella. Entre las uñas las piedrecillas molidas del pinar le están haciendo sangre. Paula se los chupa y le escuecen. Le saben malos

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