A pesar de que constituyen una característica humana sumamente popular, es notable lo poco que sabemos sobre la biología básica de las tetas, incluso en la actualidad, cuando se muestran en bikini o al desnudo, se las ostenta, se las mide, se las infla, se sextean, se transmiten en directo, se maman, se perforan, se tatúan, se decoran y se fetichizan de todas las maneras posibles. Sabemos algunas cosas: aparecen de golpe en la pubertad, crecen durante el embarazo, son capaces de producir cantidades prodigiosas de leche y, a veces, se enferman. Sabemos también, aunque esto desconcierte a algunos, que los varones a veces desarrollan mamas.
Tuve unas tetas fabulosas durante aproximadamente nueve meses, cuando estaba embarazada de mi primer hijo. Cuando nació, se convirtieron en algo pasmosamente utilitario por primera vez en mi vida, y aunque se suponía que eran una obra de arte evolutiva perfectamente calibrada, a menudo funcionaban mal. Pasaron a ser una fuente de traición, duda, frustración y un dolor insoportable.