Un libro con una historia sencillamente hermosa.
Desde las primeras páginas de esta breve pero profunda y poderosa historia, ya sospechaba que iba a pasarlo con el nudo en la garganta a nada de deshacerse y derramarse en llanto y justo así fue.
Es que el tema de la vejez es uno de los que más profundamente me conmueve (quizá por el hecho de haber sido criada por mis abuelos maternos) y este libro justo toca los asuntos que me parecen más sensibles del tema: ser viejo es irse acercando al final, es irse deteriorando física y mentalmente, es enfrentarse a la realidad de estarse conviertiendo en algo distinto de lo que toda una vida nos esforzamos en hacer de nosotros mismos, es la renuncia, la aceptación, la resignación... Es que es tan duro ver a quienes has visto como tu fuerza irse apagando y luego despedirte de ellos sabiendo que contribuyeron a construir tu vida y ahora ya no están en ella...
Este libro habla de una manera hermosa de la vida y la muerte, la amistad, el amor, el recuerdo y el olvido, la fuerza y la debilidad... Todo ello no como opuestos sino como parte constitutiva de un todo que es la vida donde nada de eso se encuentra por separado sino mezclado de maneras infinitas en la existencia de cada persona.
Es un libro también sobre la gratitud, lo necesario que es decir a las personas lo importantes que han sido en nuestras vidas. Y además sobre esa manera peculiar en que asimilamos a quienes hemos amado en nuestro ser: sus gestos, sus palabras y frases peculiares.
Simplemente hermoso.
La vejez es quizás por mucho, el temor más grande que sentimos los seres humanos aún sobre una muerte violenta. Es fácil entender porque.
Delphine de Vigan nuevamente me sorprende con esta conmovedora historia de como sin darnos cuenta, llegamos a la decrepitud de la vejez y al volver la mirada atrás, comprendemos que el tiempo se nos fue como agua entre las manos dejándonos recuerdos, añoranzas y una tristeza infinita.
Tres personajes, tres historias y el hilo conductor: las gratitudes. El agradecer la vida mientras la tenemos para después agradecer el haberla vivido aunque el tiempo fue demasiado breve. Agradecer a quienes durante nuestro trayecto nos ayudaron, nos tendieron una mano, nos dieron de su tiempo, su espacio y su cariño.
Agradezco a la autora por darme la oportunidad de re valorar muchas cosas, entre ellas el poner más atención y dar más amor a la gente mayor. No olvidarlos, ayudarles también a ellos a no olvidar y tratar de estar presentes de manera literal, constate y consciente en lo que aún les quede por vivir. Ese es el homenaje a cada vida que ha tenido la fortuna de llegar hasta su ocaso.
Me gustó mucho cómo aborda el cuidado de nuestros viejitos y los efectos de la edad y de algunas enfermedades sobre ellos, todo esto enfocado a una historia con un personaje principal; si eres capaz de empatizar con Michka, sentirás un par de nudos en la garganta a través de sus días en la residencia.
La ternura en libro 🥺
Me encantó
Si construir una relación es construir un lenguaje (cierto modo de hablar, un puñado de neologismos, algún apodo), entonces ese lenguaje incluye también una zona de silencios. Una frontera tácita que casi siempre es infranqueable, porque aun cuando las parejas construyen un territorio en común, nunca dejarán de ser individuos con sus propias motivaciones. La historia de Connell y Marianne, los protagonistas de Gente normal, es el reflejo de cuánto pueden llegar a conocerse dos personas, cuán sencillo es saber qué es lo que el otro desea y, sin embargo, no tener idea de cómo decirlo, de cómo superar la zona de silencios. Ese es el núcleo de la segunda novela de la escritora irlandesa Sally Rooney: dialogar sobre la distancia que se tiende entre dos seres humanos a causa del dilema de la comunicación. Han pasado miles de años desde que se dijo el primer saludo y quizá un poco más desde que se lanzó la primera ofensa, y no obstante el lenguaje sigue siendo el origen de la confusión en todo vínculo humano. Esto ocurre sencillamente porque ninguno es igual al otro: Connell es un chico popular y pobre; Marianne, una chica marginal y rica. Pero ni siquiera eso los hace dos personas completamente distintas, sólo son gente La gratitud no es un gesto menor. Es algo parecido a manifestar la necesidad que se tiene hacia otro, un pequeño símil de la vulnerabilidad que proporciona un acercamiento estrecho en que dejamos constancia de nuestra empatía, gracia, cariño y quizás un tanto más. Delphine de Vigan ha escrito en Las gratitudes una pequeña muestra de la distancia que existe entre decir gracias y ser realmente agradecidos con quienes han hecho algo realmente significativo por nosotros, algo como una muestra certera y nostálgica sobre el agradecimiento a la memoria, al cuidado, el respeto y la empatía. Una especie de tratado del buen ser, del buen o buena compañera. Como si eso fuera todo en la vida porque, al final, es lo único que nos queda cuando todo está por terminarse o cuando no tenemos nada más por delante. Acaso reflexionar sobre si fue suficiente o no lo que se dijo, si las palabras fueron suficientes o hicieron falta más gestos, caricias, más muestras de cariño. Aquí cabe decir que la sencillez no es lo mismo que la simpleza, y que si algo cabe para describir lo que ha escrito de Vigan es la sobriedad, un hecho contenido, lo valioso e inolvidable de una vida de resguardo, intimidad, humanidad y, claro, gratitud. Simplemente necesitamos sentirnos todavía un poco libres, si no, ¿qué sentido tendría todo esto?
(Publicado originalmente en Revista Purgante)
Narrativa simple pero engancha
Es difícil despedirnos, pero cuando llegan los años o días finales sólo queda decir: Gracias.
Me conmovió mucho.