Las musas
El hombre que se empeña en vivir del favor de las musas —quiero decir, de sus propias dotes poéticas— se me parece a una muchacha que vive de sus encantos. Ambos profanan, en aras de una indigna ganancia, lo que debería constituir un gracioso don de su intimidad; ambos padecen de agotamiento; y ambos tienen, en la mayoría de los casos, un fin desgraciado. Por lo tanto, no degradéis vuestra musa al nivel de una prostituta.