Los nombres son mágicos. Nombramos a nuestros amantes antes de dormir aunque no nos acompañen. Las madres acarician sus panzas mientras susurran a sus futuros hijos. Los muertos también tienen nombres. Y eso es algo que nadie puede quitarles. Llorar y llamar a los muertos. Debemos hacer ambas cosas. Susurrar sus nombres como hicieran sus madres, escribirlos sobre la piedra, pegarlos a la tierra, leerlos en voz alta