Cuando todo enmudece,
cuando la gravedad de los hechos rebasa
con mucho nuestro entendimiento
e incluso nuestra imaginación, entonces está ahí,
dispuesto, abierto, tartamudo, herido, balbuceante,
el lenguaje del dolor. De ahí la importancia de dolerse.
De la necesidad política de decir “tú me dueles”
y de recorrer mi historia contigo, que eres mi país,
desde la perspectiva única, aunque generalizada,
de los que nos dolemos. De ahí la urgencia estética
de decir, en el más básico y también
en el más desencajado de los lenguajes,
esto me duele.
Cristina Rivera Garza