En un sentido estrictamente lacaniano del término, deberíamos entonces postular que la «felicidad» se sustenta en la incapacidad o falta de disposición del sujeto para hacer frente plenamente a las consecuencias de su deseo: el precio de la felicidad es que el sujeto se queda atrapado en la inconsistencia de su deseo. En nuestra vida diaria, deseamos (o pretendemos desear) cosas que no deseamos realmente, de modo que, en último término, lo peor que nos puede ocurrir es que logremos lo que «oficialmente» deseamos. La felicidad es, por lo tanto, inherentemente hipócrita: es la felicidad de soñar cosas que realmente no queremos. Cuando la izquierda actual bombardea al sistema capitalista con reivindicaciones que evidentemente éste no puede cumplir (¡Pleno empleo! ¡Continuidad del Estado de Bienestar! ¡Plenos derechos para los inmigrantes!), está básicamente jugando a un juego de provocación histérica: se dirige al Amo con una exigencia que a éste le será imposible cumplir y que pondrá, por lo tanto, de manifiesto su impotencia. No obstante, el problema de esta estrategia no consiste únicamente en que el sistema no puede cumplir estas reivindicaciones, sino además en que aquellos que las reclaman no quieren realmente verlas realizadas. Por ejemplo, cuando los académicos «radicales» exigen plenos derechos para los inmigrantes y la apertura de las fronteras, ¿son conscientes de que la ejecución directa de esta reivindicación podría, por razones obvias, inundar los países occidentales desarrollados con miles de recién llegados, hecho que provocaría una violenta reacción racista por parte de la clase obrera, que, a su vez, pondría en peligro la posición de privilegio de estos mismos académicos? Evidentemente lo son; sin embargo, cuentan con el hecho de que sus exigencias no se cumplirán; de este modo, pueden perseverar hipócritamente su conciencia radical clara mientras continúan disfrutando de su posición privilegiada. En 1994, cuando una nueva ola migratoria hacia Estados Unidos proveniente de Cuba se convirtió en una eventualidad posible, Fidel Castro advirtió a Estados Unidos de que, si no cesaban de incitar a los cubanos a emigrar, Cuba dejaría de prevenir que lo hicieran; algo que las autoridades cubanas hicieron de hecho un par de días después, poniendo a Estados Unidos en un aprieto ante la llegada de miles de personas indeseadas… ¿No se parece esto a la mujer del proverbio que, ante las insinuaciones machistas de un hombre, profirió: «¡Cierra el pico o tendrás que hacer aquello de lo que alardeas!».