Siempre he considerado fascinante el modo en que nuestra cabeza acumula basura neuronal. Ese conjunto de desperdicios y conocimientos aleatorios que no controlas. La razón por la cual eres capaz de recordar una canción de Karina o la sintonía de un partido político de hace treinta años, y sin embargo no logras completar los versos de Machado o la cita exacta de Hamlet. La basura neuronal forma parte de nosotros como un acompañante ocioso, no elegido ni acordado, sin una jerarquía de valor. He percibido que cuando la gente mayor enferma de la memoria, esa basura se adueña de su cabeza. Ya no hay resistencia posible. Podemos cantar el anuncio de Cola Cao pero no recordar el nombre de nuestros hijos. Hasta ese punto resultan fundamentales las exposiciones al mundo, que, como si fueran marcas solares, dejan huella en nuestra piel.