Es una sed que la hija jamás podrá apagar. No obstante, hemos visto que generación tras generación, las hijas inocentes se han entregado a su madre, se han sacrificado voluntariamente en el altar del sufrimiento y la carencia maternos, con la esperanza de que algún día, por fin, serán «lo bastante buenas» para ella, con la ilusión infantil de que «alimentando a la madre», al final, se podrán alimentar ellas como hijas. Ese alimento emocional no llega nunca. Ese alimento que has estado deseando solo se puede conseguir cuando te comprometes con el proceso de sanación de la herida materna y de tomar las riendas de tu vida y de tu valía.
Hemos de dejar de sacrificarnos por nuestra madre, porque, en última instancia, nuestros sacrificios no la ayudan. Lo que sí la ayudará será la transformación que se producirá cuando trascienda su propio dolor, pero antes deberá lidiar con él ella sola