Una promesa tiene el extraño poder de encadenarnos al pasado de formas que nunca hubiéramos imaginado, a veces nos da un motivo por el que seguir en pie y otras simplemente debemos saber cuándo ha llegado el momento de romperla y solo seguir adelante.
Me detengo entre el recoveco de una enorme piedra triangular para tomar aire. Cierro los ojos con fuerza y permito que mis articulaciones se tomen un pequeño descanso en el trayecto.
—¿Vas bien, mi musa? —pregunta Alex. Se ha detenido unos pasos por delante de mí, y me observa preocupado.
Le despido con una mano.
—Adelántate, te seguiré ahora. —Lo tranquilizo con una sonrisa—. Quiero tener un momento a solas