El que inventa una trama espera que nosotros nos acordemos; y por nuestra parte no queremos que él deje hilos sueltos. Cada acción, cada palabra debería tener su valor en una trama: esa, sin embargo, tiene que estar construida economizando y limitándose a lo estrictamente necesario; aunque sea compleja, debería estar siempre pensada orgánicamente y sin pesos muertos..., y por encima de la trama..., la memoria del lector..., flotará sin tregua, reordenando y reconsiderando, descubriendo nuevos indicios y nuevos enlaces entre la causa y el efecto; y el sentido que quedará al final, no será una mera sucesión de indicios o enlaces, sino algo estéticamente compacto, que el novelista también habría podido revelar inmediatamente, pero que, si lo hubiera revelado enseguida, nunca habría sido tan bello. Y aquí estamos... frente a la belleza: una belleza a la que ningún novelista debería aspirar nunca, aunque fracasaría si no la alcanzase