El afortunado lector de estos relatos de María Bohtlingk podrá sentir, a medida que se adentra en ellos, que su protagonista, más allá de sus diversos nombres y máscaras, es siempre la misma: un ángel (dicen que los ángeles no tienen sexo, pero ésta es mujer sin duda, dicen que son celestes, pero ésta es también terrena) que atraviesa volando los cielos de la niñez para luego aprender a saltar, caminar y a veces arrastrarse con las alas plegadas a través del escabroso terreno del trabajo, la pareja, la maternidad, intentando recuperar el vértigo del vuelo perdido en las permanentes mudanzas de país o en los vapores del alcohol; y que elevándose y estrellándose una y otra vez, termina reencontrándolo en la ficción, ese escondite donde desde la más temprana infancia aprendemos a guardar todo lo que necesitamos preservar de la destrucción.