No leer

a las imposturas del mundo literario, a la tiranía de las novedades, a las desconcertantes listas de lecturas obligatorias, a la insólita pero arraigada costumbre de hablar de libros sin haberlos leído, y también, en cierto modo, a la dificultad de encontrar un título.

Conocí la biblioteca de mi amigo Álvaro hace cinco años, y fue decepcionante, porque estaba llena de libros malos.

Quienes nos criamos en los terribles y eternos recitales lo aprendimos a porrazos: el poema debe romper el circuito de la soledad, aunque no haga más que hablar de esa soledad.

Para Alarcón contar bien una historia no es hacerla entendible sino más bien respetar las zonas vacías de que está hecha.

Y qué más da, si también sabemos que nadie nos lee. Todos los columnistas de todas las secciones de cultura de todos los diarios del mundo sabemos eso. De puro neuróticos cuidamos la prosa, saboreamos cada adjetivo, perdemos un tiempo valioso decidiendo si dos puntos o punto y coma, y nos duele el corazón cuando descubrimos que se nos pasó alguna errata o que escribimos mal la palabra idiosincrasia

Al menos para mí la escritura siempre ha tenido un lado colectivo. Me crié compartiendo los textos y sinceramente no creo que haya mejor taller literario que las reuniones de amigos en torno a un manuscrito y unas cervezas. Amigos dispuestos a escuchar, a sugerir, a discrepar, a tachar; amigos cuyas opiniones a veces modifican inesperada y decisivamente lo que escribimos

Los editores, los libreros, los distribuidores y los autores se unen de vez en cuando para combatir las prácticas que arruinan el negocio, pero los libros se han convertido en objetos de lujo y absolutamente nada permite pensar que eso vaya a cambiar.

Siempre me impresiona cuán profundamente colectivo es el trabajo de un director de teatro o de un cineasta, y a menudo me alivia pensar que nuestra labor consiste nada más que en llenar en soledad algunas páginas. Pero no olvido a esos generosos interlocutores cuyas opiniones al final quedan silenciosamente adheridas a las páginas de un libro.
Septiembre, 2011

suelen ser tres o cuatro personas en quienes confiamos a ciegas y cuya opinión nos resulta importante

visuales el título es una especie de concesión a la palabra. Los artistas dibujan sin necesidad de explicarnos las imágenes, mientras nosotros estamos condenados a pasarnos la vida sin usar nunca el título que a veces preferiríamos para un libro o una crónica: Sin título