Premiar a Lemebel sería premiar a esa multitud de lectores que más o menos por azar se encontraron con unos textos provocadores, totalmente legibles pero a la vez complejos; chilenísimos, iracundos, amargos, divertidos, sentimentales, filosos, directos, sofisticados. Y luego siguieron leyendo a Lemebel y quizás también a otros escritores, y se atrevieron ellos mismos a sacar la voz. Pedro Lemebel nos recuerda que la literatura no es inofensiva, que no es un mero adorno, que le hace algo a la sociedad. Premiarlo a él sería premiar eso. Sería, pienso, un premio colectivo.