Si los que convirtieron las tablas de la ley en una piedra de sacrificios como la de Huitzilopochtli pueden, consultando con su conciencia, jurar que han salvado a la patria, dignos son de respeto por sus servicios, y de piedad porque la suerte los condenó a tan duro ministerio; levanten con mano firme el corazón de la víctima y declaren los agüeros de su propia fama ya que la patria no necesita de tan funestos auspicios.