El cura les decía a los soldados que no se preocuparan por su futuro o su destino en el campo de batalla, porque si estaban predestinados a morir la bala daría en el blanco, sin importar dónde estuvieran. O, por otro lado, si tenían que salvarse, ninguna bala les tocaría.
Un poco más tarde, en el calor de la batalla, con las balas silbando a su alrededor, el cura se arrimó corriendo al árbol mayor y más cercano. Un soldado que se ocultaba detrás de él le preguntó al cura por los sermones sobre la predestinación y la razón por la cual él mismo buscaba ahora refugio. «No has entendido del todo los principios y teorías sobre la predeterminación» –replicó el cura–. «Yo estaba predestinado a correr y esconderme detrás de este árbol.»