Los divagantes

–Las raíces se conectan allí donde no podemos verlas. Un árbol no es sólo un árbol, también es su especie. Además, están las semillas que lanzó a diestra y siniestra durante tantos años, y que ahora se están reproduciendo.

Siempre me ha resultado extraña la familiaridad que establecemos con alguien desconocido en cuanto nos enteramos de que es nuestro pariente. Estoy segura de que no tiene nada que ver con la afinidad inmediata, sino con algo tan artificial como la cultura, una lealtad convencional con el clan o, como dicen algunos, con el apellido

Tener hijos es estar siempre esperando a alguien

Tener hijos es estar siempre esperando a alguien

Caminábamos juntos por los senderos de piedra, tomados de la mano, pero en realidad hacíamos dos caminos opuestos: yo regresaba a la infancia mientras que él sólo quería huir de ella.

En esa isla encontramos un nido con un huevo abandonado. Nos explicaron que se trataba de una tragedia inusual: si un albatros abandona el hogar, sólo puede ser para salvar su vida. Al escuchar esta historia pensé en mis vecinos sudamericanos, que regresaron en cuanto les fue posible al país en el cual habían estado a punto de morir. No fue fácil. El trabajo escaseaba y la gente les tenía desconfianza, los veían como se mira volver a los desaparecidos.

La infancia no acaba de una vez, como nosotros queríamos cuando éramos niños. Sigue ahí, agazapada y silenciosa en nuestros cuerpos maduros y luego marchitos, hasta que un buen día, después de muchos años, cuando creemos que la carga de amargura y desesperanza que llevamos a cuestas nos ha convertido irremediablemente en adultos, reaparece con la velocidad y la fuerza de un relámpago, hiriéndonos con su frescura, con su inocencia, con su dosis infalible de ingenuidad, pero sobre todo con la certeza de que éste sí fue, de verdad, el último atisbo que tuvimos de ella

Los letreros así me entristecen sobremanera y sin embargo los miro siempre. No sólo los detecto al instante, también los leo de cabo a rabo, incluidos los números telefónicos, como si ese gesto de solidaridad fuera lo menos que pudiera hacer por quienes se han visto involucrados repentinamente en una situación tan angustiante.

Durante el día, las diferencias entre nosotros eran muy notorias: unos huraños e iracundos, otros mustios y bien portados, algunos atléticos o más proclives a los juegos de estrategia, pero por la noche todos éramos huérfanos, y ese dolor nos hermanaba

no sé de dónde sacaba esa certeza. He escuchado que un año en la vida de un perro corresponde a siete de existencia humana, en cambio nadie ha sabido decirme cómo comparar la edad de una persona con la de un árbol así.