Siddhartha le respondió:
—¡Deje de regañarme, amigo mío! Nada se logró jamás con un regaño. Si ha ocurrido una pérdida, permítame cargar con ella. Yo estoy muy satisfecho con este viaje. He podido conocer a muchas clases de personas, un brahmán se ha convertido en mi amigo, los niños se me sentaron en las rodillas, los granjeros me mostraron sus campos y nadie supo que yo era un mercader.
—Todo eso está muy bien —exclamó Kamaswami con indignación—, pero, de hecho, ¡uno pensaría que usted es un mercader después de todo! ¿O acaso solo ha viajado para divertirse?
—Claro —dijo Siddhartha con una risa—, claro que he viajado para divertirme. ¿Para qué más? Pude conocer personas y lugares, he recibido amabilidad y confianza, he encontrado amistades. Mire, querido mío, si yo fuera Kamaswami, me habría devuelto de inmediato, molesto y de afán, tan pronto como hubiera visto que la compra se había hecho imposible. Y, en efecto, así se habrían perdido el tiempo y el dinero. Pero tal como lo hice yo, tuve unos pocos días buenos, aprendí, me sentí alegre y no me dañé a mí ni a otros por las molestias o el afán.
»Y si alguna vez vuelvo allí de nuevo, quizás para comprar una cosecha futura o para el propósito que sea, unas personas amables me recibirán de una forma alegre y amigable y me felicitaré por no haber demostrado afán ni molestia la vez anterior. Entonces, deje las cosas como son, amigo mío, ¡y no se haga daño con regaños! Si llega un día en el que vea que Siddhartha le está haciendo daño, entonces pronuncie las palabras y Siddhartha emprenderá su propio camino. Pero, hasta entonces, quedémonos satisfechos con nuestra compañía.