Y así, deseando que pase el tiempo para que pasen también los problemas diarios que nos agobian, nos encontramos un día con que ha pasado nuestro tiempo.
Y que al margen han quedado, intactos, sin edad, nuestra bohardilla en París, nuestro libro famoso, nuestro barco en plena tempestad, nuestra proeza en el campo de batalla…, nuestro nombre.
Somos unos mediocres. No pudimos evitarlo o no tuvimos con qué evitarlo. No fuimos dotados con los elementos o los talentos que no pueden frustrarse. Los nuestros, mínimos, comunes, se hundieron en el tiempo y no serán notados ni comentados jamás.