Vivimos muchas vidas dentro de nuestra vida, vidas menores con personas que vienen y van, amistades que desaparecen, niños que crecen, y yo nunca entiendo cuál de mis vidas es el verdadero marco. Cuando tengo fiebre o estoy enamorada todo parece muy obvio, mi «yo» se retira y cede su lugar a una felicidad sin nombre, una plenitud de detalles preservados, inseparables y discernibles, puestos el uno al lado del otro. Después recuerdo ese estado como una bendición. Tal vez esta sea una manera de describir la plenitud: personas que entran y salen de mi cara sin orden ni jerarquía. No hay «principio» ni «final», no hay cronología, solo los instantes y lo que en ellos anida.