Lascivia

solo estás apegada a la estabilidad —empieza—. Como probaste otra cosa, te estás debatiendo entre la moral y lo que crees sentir. En sí, es como una tonta cuestión de amor o placer, así lo analiza tu cerebro.

No me importa parecer un loco obsesivo, me encantan sus montículos de carne. No quiero perder la oportunidad a la hora de tenerlos en mi boca.

—¿Quieres? —Me acaricia el cabello.

«Nunca sería un héroe (los detesto), yo solo quepo en el papel de hijo de puta».

—Ya me imaginaba que vendías tu cuerpo. —Se ríe—. Aunque no sabía que eso generaba tantas ganancias.

—No entiendo tu fetiche de robarlas. —Cuelga el overol en el perchero—. Tuve la seria teoría de que te las ponías y luego te paseabas con ellas frente a tu espejo

Dios! —gimo desesperada.

—¡No, nena —se ríe—, no es Dios quien te está tocando!

No siempre se lastima cuando no se quiere.

El sol de Arizona cala en mis poros mientras espero sentada en una de las tumbonas de la piscina de la casa de mis padres. «¡Maldita resaca

amor siempre será el juego más complicado de todos, porque si falla uno, pierden los dos.