«Llevamos dos palas, un costal, pañuelos y suficiente alcohol. Cuando estamos en el lugar preciso, empezamos a cavar en el sitio indicado. La hierba ha crecido y ha cubierto totalmente la zona. No habían pasado diez minutos, cuando aparece la calavera. Aquel orgulloso hombre que se desplazaba por los pasillos de la Casa de Nariño administrando el gran poder que tienen los presidentes en Colombia, estaba ante mis ojos como un ser humano al que la cal, el clima y el tiempo habían consumido sus carnes y sólo eran los restos de huesos cubiertos por tirones de ropa ennegrecida. Tenía las medias intactas y un par de zapatos tenis que le hacían inconfundible. Esos tenis fuimos un día a comprarlos Cuchilla y yo para llevárselos al secuestrado, poco antes de su muerte.