«Tu cuerpo no es nada frente a un muro de hormigón.»
¿En qué momento exacto se torció todo? ¿En qué punto tu cuerpo se convirtió en un estorbo, en un cruel recordatorio de un pasado al que no tienes más remedio que volver? Posiblemente estas sean algunas de las preguntas que se hace Eva, la protagonista de esta novela, a quien el peso de las miradas, las palabras y los deseos ajenos resulta cada vez más insoportable. Presa de un dolor físico constante y de una rutina que tampoco parece tener fin, se ha visto obligada durante los últimos diez años a malvivir encadenando trabajos como chapuzas a domicilio y camarera, realizando día tras día el mismo trayecto sin escalas, ese que va desde la apatía a la resistencia y viceversa. Sin embargo, cuando finalmente el dinero se acabe y su casera le ordene abandonar su hogar, Eva también se verá obligada a regresar al único lugar que en el fondo ha conocido, la casa de sus padres, la de su infancia, aquella que una noche abandonó sin mirar atrás. Ahora, de vuelta en el pueblo donde se crio, el Infierno primigenio, deberá elegir entre vivir para siempre en el pasado o recorrer un camino distinto a aquel que los demás ya han elegido por ella.
En este extraordinario estudio de personaje, Manuel Barea se vale de un estilo y una voz complejos para contar una historia simple aunque no por ello menos cautivadora, la de una mujer que lucha contra su propia piel y el daño que en esta infligen otros en sucesivas batallas cotidianas que componen una vívida reflexión sobre la tradición, la muerte, la religión, la familia y, por encima de todo, el tiempo y su caprichosa voluntad para sanar heridas.