«Ay, niña que creces, mi Verónica. Ya vamos conversando por la calle, a pasos iguales, deteniéndonos frente a las mismas vidrieras, codeándonos para avisarnos que hay que mirar a cualquiera que pasa, riéndonos de las mismas cosas, tú mucho más aguda, más profunda, más capaz de bucear en los seres y en los paisajes, dándome a cada rato un universo diferente y nuevo, que yo sola jamás hubiera podido descubrir.
Ay, niña que creces, mi Verónica, niña que me pones nostálgica porque te vas llevando en ti los caminitos de la infancia y me estás enseñando a ser grande, mientras aprendes a ser no esta pequeña y a veces dolorida mujer que soy, sino una gran mujer que ya se te adivina».