Este libro se mete en la caja negra de la Transición y la democracia a través de una figura crucial pero aún desenfocada. Javier Pradera tuvo, en palabras de Jordi Gracia, «algo de hechicero de la tribu y algo de tótem enigmático», pero « fue sobre todo un peligroso hombre de acción y pensamiento. Entre un Malraux sin novelería y un Fouché sin codicia, manejó sus múltiples poderes de modo con frecuencia abrasivo pero nunca intransitivo». A través de su biografía de conspirador, editor y columnista, el libro radiografía algunos de los avatares decisivos de la España antifranquista y democrática.
Estuvo cerca de Jesús de Polanco incluso antes de la fundación de El País, donde ejerció un liderazgo ideológico fundamental, y fue quien llevó a cabo el aterrizaje de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica en el territorio comanche que era la España de 1963; estuvo desde 1966 al frente de Alianza Editorial –verdadero «portaaviones civilizador para varias generaciones»–, y siguió tan omnipresente en las batallas clandestinas del antifranquismo como en las mutaciones políticas de la Transición, pero siempre entre bambalinas o fuera de foco: ejerció el poder lejos de la burocracia institucional y cerca de la influencia persuasiva y personal, como la que ejerció sobre Felipe González (que por eso cree que Pradera fue «el disco duro de la Transición»). De ahí que este libro examine también el poder cultural de la izquierda durante medio siglo, «porque a Pradera no puede explicársele sin él y porque la izquierda lo tuvo a él como uno de sus nódulos más productivos y eficientes».
A través de numerosos testimonios y documentos, Jordi Gracia reconstruye la trayectoria vital, intelectual, editorial y política de Javier Pradera, que aparece en estas páginas como un personaje complejo y fascinante, que despertó admiración, pero también temor y rencores enconados.
Y, a través de su figura imprescindible, el libro es además una crónica de la España del tardofranquismo, la Transición y la consolidación de la democracia. Según apunta el autor, sin embargo, también es dos cosas más: «Una meditación insatisfecha sobre las pasiones de un editor sabio y un asalto al mejor antropólogo de la fauna política de la democracia y de la política como medio antropofágico.»