Presa de un gran agotamiento y de cierta amargura, comparé mi estado de ese momento con el de la mañana anterior, cuando había dormido tan bien, había despertado renovado y saltado de la cama impaciente por iniciar la jornada. ¿Había pasado sólo un día? Me sentía como si hubiese viajado muy lejos; como si en espíritu, aunque no temporalmente, hubiera experimentado muchas cosas y como si mi interior, hasta entonces plácido y asentado, hubiese sufrido tantas sacudidas que tuve la impresión de que habían transcurrido varios años. Me sentí pesado, con dolor de cabeza, agobiado, cansado y abatido; tanto mis nervios como mi imaginación estaban deshechos.