Ni un solo día de mi vida me he sentado a escribir sin una sensación abrumadora de imposibilidad y desánimo […] La incertidumbre que nada apacigua, el desaliento que ha de ser vencido con un esfuerzo igual; también, con mucha frecuencia, la fluidez gradual que va imponiéndose sobre el desánimo […] Unas veces a pasos breves, con pequeños avances, con un gota a gota de canilla mal cerrada durante la noche, y otras en espasmos, en golpes de arrebato, en inundaciones súbitas que lo arrastran a uno entre jubiloso y asustado, olvidado del tiempo, confundido con su tarea y olvidado de sí mismo, como el corredor que ha logrado una concentración y un impulso tan vigoroso que ni se acuerda de que está corriendo.
Antonio Muñoz Molina, Como la sombra que se va