El entusiasmo que ha despertado el último tomo de Harry Potter entre sus
seguidores se podría equiparar al que en su día tuvo esta novela de Dickens, que representó la cumbre de su carrera literaria.
Fue por entregas, entre 1841 y 1842, como los lectores de «La tienda de
antigüedades» fueron siguiendo las aventuras del abuelo y su pequeña nieta huérfana, un pintoresco dúo que, al verse acuciados por las deudas, se embarcan en una aventura en la que nos llevarán a recorrer la Inglaterra del siglo XIX.
Con ellos haremos un viaje pasando por los pueblecitos típicos de las postales de la campiña inglesa pero también la miseria de las ciudad
cubiertas de hollín; en esta peregrinación abuelo y nieta se encontrarán
además con personajes de lo más variopinto, algunos de ellos sacados del
circo, feriantes, carboneros que leen brasas, ponis, dandis, domadores que
lo que doman no son leones sino perros, maestros y dueñas de museos
ambulantes…
La atmósfera que logró crear Dickens fue de tal nivel de tristeza e intensidad emocional que quizás al acabar de leer la última página tú también querrías, como los lectores estadounidenses de la época, aglutinarte en el puerto de Nueva York reclamando noticias del destino que encontraron los marineros a su regreso a Inglaterra…
Reconocido como uno de los mejores escritores de la era Victoriana, Charles Dickens (1812–1870) es recordado por sus personajes icónicos, desde el pequeño e inocente Oliver Twist a el viejo y amargado Ebenezer Scrooge. Sus cuentos han sido adaptados a la pantalla grande incontables veces, y son leídos alrededor del mundo hasta el día de hoy. Gozó de una popularidad inmensa mientras vivía, y los más grandes escritores del siglo XX alabaron su estilo realista y cómico, sus personajes extravagantes y su crítica social.