«grada» empieza a escribir; cuando termina con el primer esbozo de la inscripción en la espalda del hombre, rueda la capa de guata y rota el cuerpo lentamente de costado a fin de ofrecer nuevo espacio a la «grada». Entretanto las partes heridas con la inscripción entran en contacto con la guata, que como consecuencia de la preparación especial detiene de inmediato la hemorragia y dispone para una nueva incisión de la escritura. Aquí, conforme el cuerpo sigue girando, las puntas dispuestas al borde de la «grada» desgarran la guata de las heridas, la arrojan a la fosa, y la «grada» tiene trabajo de nuevo. Así va escribiendo cada vez más profundamente durante doce horas seguidas. Las primeras seis horas el condenado está casi tan vivo como antes, sólo padece dolores. Después de dos horas se le retira el fieltro, pues el hombre ya no tiene fuerzas ni para gritar. Aquí, en este cuenco calentado con electricidad, situado en la cabecera, se pone papilla de arroz caliente, del que el hombre, si tiene ganas, puede tomar lo que alcance con la lengua. Ninguno desaprovecha la oportunidad. No conozco a ninguno, y mi experiencia es amplia. Sólo hacia la sexta hora pierde las ganas de comer. Suelo arrodillarme entonces aquí abajo y observo este fenómeno. Rara vez el hombre traga el último bocado, sólo lo remueve en la boca y lo escupe en la fosa. Entonces tengo que