Algo estaba pasando en internet: un nuevo tipo de primarias invisibles; un intento, coordinado o espontáneo, de estirar la ventana de Overton de una forma tan radical que fuera capaz de arrastrar la idea de una presidencia de Trump hasta el ámbito de lo imaginable. ¿Quién lo estaba haciendo? Trump era un meme prefabricado, pero el virus no se estaba propagando por sí mismo. Sonaban rumores creíbles de que una parte de la actividad pro-Trump estaba siendo generada por granjas de troles rusas; aun así, incluso en el caso de que muchos de esos rumores resultaran ser ciertos, los rusos de ninguna manera podrían llevar a cabo toda la actividad, ni siquiera la mayor parte de ella. Independientemente de lo que estuviera ocurriendo, era reconfortante asumir que nos estaba ocurriendo a nosotros, que el electorado estadounidense estaba siendo manipulado por directivos de la CNN obsesionados con los índices de audiencia, por voraces banqueros de Wall Street en busca de limosnas corporativas, o por Putin. Pero lo cierto es que mucho de lo que le estaba sucediendo al pueblo estadounidense era obra del pueblo estadounidense. Lo que no sabía era quién lo estaba haciendo exactamente, ni cómo.