Estados nerviosos

Lo que hace que la violencia sea inevitable, razonaba Hobbes, no es tanto que algunas personas sean fuertes y agresivas, sino que la mayoría de la gente es débil y miedosa. Si tú y yo nos tememos mutuamente, me parecerá lógico atacarte, pues de lo contrario me podrías atacar tú primero. Los débiles son tan peligrosos como los fuertes, y posiblemente más, ya que tienen más motivos para tener miedo en primer lugar.

La dificultad que arrostramos los hombres es que, al menos en nuestras habilidades naturales y atributos, somos todos demasiado similares. Saca un arma, y cualquiera se puede convertir en agresor y cualquiera en víctima. Ante un ataque, los fuertes son igual de vulnerables que los débiles.

¿Cómo puedo saber que lo que estoy viendo es de veras real y no una mera ilusión, como experimento en un sueño?

El dinero cumple una función básica de mantenimiento de la paz.

El mantenimiento del orden podría convertirse en una tarea para el Ejército en el caso de que la sociedad civil ya no diera más de sí.

Éste es el irresoluble dilema que los troles intentan resolver en internet cuando primero incrementan su insolencia en busca de una reacción y luego ridiculizan a su víctima por el hecho de reaccionar. Una trampa de la que no resulta fácil escapar.

Cuando la gente deja de confiar en los sistemas representativos en general, y en concreto en el sistema político, cada vez pierde más interés por saber lo que se considera como «verdad» y como «falso».19 Cuando los propios cimientos de un sistema político ya no son considerados creíbles, es posible tolerar, incluso admirar, a los embusteros.

la violencia se vuelve atractiva para las personas cuando el poder parece no estar a su alcance porque las «élites», por lo visto, lo han acaparado entero.

El poder de las instituciones democráticas y cívicas se erosiona sin que se erija nada en su lugar. Puede que los actos de violencia no sean la causa de la creciente desconfianza en el Gobierno, pero –a menudo de manera intencionada– la fomentan y aceleran.

«La violencia siempre puede destruir el poder», escribió Arendt, «del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la más instantánea y perfecta obediencia.