Me gustaría morir leyendo, nadie escuche en esta declaración la construcción pedante para una mitología intelectual, ya que podría leer cualquier cosa. No desearía a mi lado la vigilancia ansiosa de parientes y amigos, sino unas últimas líneas que me transportaran, como siempre, más allá, a las vidas que no son las mías, a palabras escritas por quienes quizás han muerto hace años, puede ser una vulgar lista de catálogos, más fácilmente un prospecto; que la muerte me alcance en el momento en que el sentido se me escapa y no sepa si sueño que leo y eso es morir o si ya olvidé mi lengua y lo ignoro, irme como cuando no se recuerda por qué copa se va o qué saque o como en una sobredosis.