Y había algo más él era un escritor, un hombre de imaginación. Nunca había conocido a uno, incluyéndose él mismo, que tuviera la más vaga idea de la razón por la cual, él o ella, hacía algo. Algunas veces creía que la compulsión por crear ficción no era más que un baluarte contra la confusión, incluso quizá, contra la demencia. Era una desesperada imposición de orden efectuada por personas que sólo eran capaces de encontrar ese precioso material en sus mentes... nunca en sus corazones.