La puerta de Schütte, con un amplio frontón, contemplada desde cerca parecía monumental, pero, como imagen percibida desde una cierta distancia y en razón de su estructura claramente perfilada y de su color rojo, el efecto de grandeza desaparecía. Como ha señalado Martin Hentschel: «Esta puerta se halla a mitad de camino entre escultura, imagen y arquitectura»[1]. En los últimos lustros muchas obras escultóricas se han encontrado en esta situación, a caballo entre lo escultórico y lo arquitectónico, y funcionando a la vez como mera imagen, posición en la que también se sitúan algunas obras arquitectónicas que participan de este tipo de ambivalencias.