Es posible que el grotesco criollo sea tan nuestro e importante como el tango. Y tal vez por eso mismo, Armando Discépolo sea tan fundamental como su hermano Enrique, el poeta, el autor de Cambalache. Por entonces, en las primeras décadas del siglo XX, la Argentina estaba haciéndose menos en los salones patricios que en las cocinas y fraguas de los inmigrantes –y como muestra esta obra, de los criados, de los sirvientes–.
Babilonia podría ser una versión cimarrona de un policial inglés de J.B. Priestley –o una película de Ken Loach, por qué no–, solo que bajo la Cruz del Sur y con esa lengua única y múltiple que todavía es vanguardia. Pero todo esto lo lee y lo escribe y lo explica mucho mejor el dramaturgo Mauricio Kartun en su prólogo. Llega aquí uno de esos cruces milagrosos que la literatura gestiona en secreto, y que esta colección busca provocar y revelar. Discépolo se encuentra con Kartun, el autor de Terrenal. Pequeño misterio ácrata, quien lo elige entre sus lecturas fundadoras.