Universidad.
“Suponemos que la fragancia está compuesta en parte por incienso”, explicó Höveler-Muller. “Nuestra investigación —añadió— no solo tratará de analizar dichos restos, sino que, en la medida de nuestras posibilidades, intentará recrearlo”.
—Mira, Françoise —comentó el señor Montpellier—, es posible que me llamen para que los ayude con este trabajo. Y, en ese caso, tendría que irme a Alemania por algún tiempo, probablemente algunas semanas, o quizá meses.
Es importante aclarar que el papá de Françoise no era un soberbio incurable que pensara que sus servicios serían requeridos cada vez que se tratara de un perfume; pero lo cierto es que él era el más famoso perfumero de París, o “la mejor nariz”, como se les llama a estos profesionales en el medio de la elaboración de fragancias.
Françoise, su única hija, compartía con su padre el mismo don o la misma maldición (como quisiera verse). Tenía un olfato fino y privilegiado, y su padre quería entrenarla en el oficio para que, dentro de algunos años, ella pudiera ocupar su puesto y convertirse en “la mejor nariz de París” y, si era posible, del mundo entero.
—Ay, papi, te voy a extrañar —suspiró la niña, como si la posibilidad de que su padre viajara fuera un hecho consumado; pero, al mismo tiempo, picada por la curiosidad, añadió—: Quisiera poder acompañarte. Debe de ser toda una aventura poder “oler” un perfume tan antiguo.
—Sí, pequeña, tú sí me entiendes. Será todo un suceso, pero dudo que te acepten en el equipo. Toda esa gente es muy seria, querida. Demasiado seria para mi gusto —y Paul se rio, haciéndole un guiño a Françoise.
—¿Insinúas, papito, que yo no soy seria? —preguntó a su vez la niña, fingiendo un tono formal.
—No, no, no, nada de eso, señorita Montpellier. Es solo que no tiene usted la estatura necesaria… ¿Sabe? —exclamó, parodiando a los burócratas de todo el mundo que ven conspiraciones en la falta de un sello deslavado—. Para ser una investigadora seria, necesita usted, al menos, medir un metro con sesenta