Esta “cara feliz” del consentimiento coincidió con el auge del feminismo sexualmente positivo, que situó el placer en el centro de la comprensión de las relaciones sexuales. La positividad sexual considera el sexo como una práctica inherentemente buena, liberadora y, en última instancia, emocionante para las mujeres. Exige que, como mujeres, recuperemos el placer conociendo nuestros cuerpos y exigiendo que se satisfagan nuestras necesidades y deseos en el dormitorio. El feminismo sexualmente positivo dicta que si se siente bien, entonces es bueno.